Lo que más quiero
Ni siquiera sé por qué te escribo.
En realidad, solo intento ordenar mis ideas plasmándolas en este folio miserable. Tan miserable como mi vida sin ti. Sin tus ojos, sin tus risas, sin tu piel ni tu aroma… Solo con tu recuerdo. Tu remoto recuerdo, que ni siquiera es tu sombra.
De aquel momento final solo me queda tu estela, ni tu sombra, y, cuanto más logro recordar, ni eso. Curiosa forma de morir: pasa el tiempo lentamente, tan lentamente, que ni me entero; puede que el mundo dejara de girar cuando te fuiste… Porque, sin embargo, tú sigues. Sin tu sombra ni tu estela, pero algo queda: quedas tú, el final del giro, el principio de mi agonía. Algo dentro de mí me dice que hubo instantes que pasaron, girando con el mundo. Estaba contigo — imagino — y tampoco era consciente del devenir. Debía de ser curiosa esa forma de vivir; el tiempo pasaba tan rápido que ni me enteraba. Ni me enteré.
El lamento me sirve de consuelo.
Hoy — imagino que debe de ser hoy — he decidido pensar en mí. Aunque puede que de de esta forma lamente no pensar en ti. En fin, eso es lo que haré: pensar en mí, escribir de mí, ahora:
Presiento murmullos a mi alrededor y supongo que no estoy sola. Estoy escribiendo rodeada de gente. He girado la cabeza para saber dónde estoy: detrás de mí hay una puerta por la que acaba de salir alguien… ¿o entrar?, quizá sea yo quien está fuera. He intentado levantarme, pero mis piernas no han podido ayudarme. Da igual. También adivino una ventana a mi derecha, pues entra luz. Sí, debe de ser de día. Gracias a esa luz puedo ver una mesa, una silla y varias estanterías con libros. Esto parece una biblioteca. Me pregunto cómo he llegado hasta aquí.
Noto una presión en un hombro, luego un beso. No estoy sola. Miro a esta persona tan cariñosa y vuelvo a recordarte… Pero no, no eres tú; es mi madre — me ha llamado hija — . Ya ni recuerdo cuándo fue la última vez que me besó, ni siquiera sé si fue ella. No me suena, aunque ella sí parece conocerme. Me habla. Me ha preguntado qué tal estoy. ¿Cómo estoy? ¿Es posible que alguien se interese por mí? No quiero transmitir mi dolor a nadie, así que le respondo que estoy bien. Y, para mi sorpresa, veo que una lágrima mana de uno de sus preciosos ojos. «¿Por qué lloras?», le pregunto. «¡Cariño!», dice antes de abrazarme. Por fin me entero de que es tu madre. ¡Cuánto la echaba de menos!
Entre sus brazos he vuelto a encontrarte, Lola… He vuelto a encontrarme, Lola. Si alguna vez dejé de quererte, no permitas que vuelva a hacerlo. Te juro que comeré, que jamás anorexia alguna nos separará, sabiendo que hay personas como mi madre.
Me llamo Lola, tengo diecisiete años y quiero pesar más de cuarenta y dos kilos.
Me quiero.
Lola