Rumor en gotas

José Martín
3 min readMay 22, 2020

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Brandon disuelve infinitesimalmente un azucarillo en el camión cisterna rebosante de agua como quien echa una pizca de sal a las patatas; el toque maestro. Toca disolverse, que llega la bofia. Agencia de control de medicamentos. Alguien abre el grifo del tanque y cae agua hasta la mitad de un recipiente similar al de las muestras de orina. Agua. El agente Mike padece una diabetes del tipo 1, y no manifiesta síntomas al cabo de unos minutos. Parece que todo está en orden. Agua. Millones de tubitos están listos para un nuevo suministro.

Las calles de Hockenhill permanecen inundadas de niebla hasta que el sol de otoño empieza a despuntar sobre los edificios bajos. Cámaras de vídeo de la torre Spoors van registrando todo lo que acontece entre la 27 y la 33 del complejo Parrows: las voces se van ahogando a merced de la claridad con que aparecen los rostros de sus emisores. Todas las esquinas están tomadas por los camellos, visitados sin parar por cohortes de consumidores. Algunos hacen el canje en mano, otros lo echan al bolsillo de la gabardina. Media manzana antes un par de tipos entran y salen continuamente de uno de los portales; son los tesoreros. De vez en cuando circula una berlina de polizontes sin uniforme. A veces paran; también consumen.

Elixir único, presentado con más de una docena de etiquetados. Sí, el líquido es único: agua a cuatrocientos dólares el galón. La ocasión también es única: decenas de personas estresadas, asmáticas o con leves contracturas musculares deambulan de esquina a esquina. El efecto Streisand en la homeopatía: basta un leve rumor. Todo está listo para que cualquiera pueda decir: «A mí me funciona».

Hay quien se pinza la nariz antes de ingerir el líquido elemento y se santigua como si fuera agua bendita; hay quien, también con la nariz comprimida con los dedos, cita a Julio César cruzando el Rubicón. Algunos se lo toman en plena calle, sin pudor. La mayoría es capaz de resistir la tentación unos metros, hasta llegar al primer callejón que encuentran, habitualmente infestado de consumidores. Nadie cruza la mirada, pero todos se conocen. El lugar de paso para una vida llevadera.

Pero hoy algo ha salido mal. El agente Mike ha caído desmayado en la acera. Llamo a Brandon por teléfono. Me asegura que el camión iba repleto de agua y que únicamente vertió un azucarillo, «como siempre». Veo cómo el compañero de Mike, cuyo nombre desconozco, trata de comunicarse por radio. Empiezan a acercarse curiosos, se forma un pequeño barullo, el compañero se incorpora gritando que se alejen. Noto que empieza a cundir el pánico. Alguien grita. Detrás de mí alguien se ha desmayado. Empiezan a sucederse más gritos. La gente corre en todas direcciones. Llegan los tesoreros al piso donde me encuentro. Apenas llevan recaudado lo de media mañana. Les conmino a quedarse. En ese momento oímos las sirenas, nos volvemos a la ventana y comprobamos que ya está la policía. Al minuto llega una ambulancia. Rápidamente acordonan la zona. La calle se ha vaciado, aparentemente: cuento una docena de cuerpos yaciendo en las aceras y en la calzada. No puedo creérmelo.

Es una estupidez. Además de que es imposible. Nadie puede envenenarse con unos mililitros de agua. Aun suponiendo que le hubiera tocado la china al agente Mike, no podría haber sido por el azúcar disuelto. De ninguna manera. A no ser que ya se encontrara enfermo. O que no se hubiera controlado sus niveles, o vaya usted a saber. Vale, eso sería plausible, hasta cierto punto. Pero ¿los otros? ¿Es posible que también padecieran diabetes? ¡Buf! Solo espero que el agente se levante.

¡Y se levanta!

Progresivamente, van incorporándose también los otros desgraciados. Brandon me llama por teléfono: «Jefe, por lo visto, al bueno de Mike se le había ido la mano con la cocaína. Nada que ver con nuestro producto». Respiro aliviado. Gotas de sudor empapan el cuello de mi camisa.

Si he aprendido algo, es que nuestro producto es de primera. Pues ya no es solo que «a mí me funcione», es que incluso puede inducir a que les funcione a otros incautos. Basta un leve rumor.

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